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Pudo este ejemplar párroco evadir el riesgo con la fuga: pero hizo escrúpulo de conciencia desamparar aquella afligida grey, que en ocasion tan apretada necesitaba de su auxilio, y con una lijera esperanza de que su respeto y autoridad podrian apagar aquella voraz llama, permaneció en el pueblo.

"Hago saber, que habiendo llegado á esta villa de Tupiza con una porcion de gente, de la que ha dispuesto pase á la ciudad de la Plata, el Exmo.

Un indio, atravezado con una lanza por el pecho, tuvo la ferocidad de arrancársela con sus propias manos, y despues seguir con ella á su enemigo, todo el breve tiempo que le duró el aliento: y otro, á quien de un bote de lanza le sacaron un ojo, persiguió con tanto empeñó al que le habia herido, que si otro soldado no acaba con él, hubiera logrado quitar la vida á su adversario.

El capellán asoma en la puerta: Es un viejo seco, membrudo de cuerpo y velludo de manos, vestido con una sotana verdeante que se le enreda en los calcañares.

Esta tarde salió con una carta mía, la barca de Abelardo.

La otra, menuda, compungida y melosa, con gracia especial para cortar mortajas, es blanca, con una blancura rancia de viejo marfil, que destaca con cierta expresión devota sobre un hábito nazareno: Se llama Benita la Costurera.

El Caballero aferra con una mano las riendas, mientras con la otra enarbola el bastón.

Don Mauro apura un vaso que, al terminar de beber, estrella en las losas de la cocina, y volviéndose a la vieja criada, con una mano la suspende del cuello y con la otra desnuda un puñal.

El ciego es un viejo de perfil monástico, con una capa tabacosa, que le llega a los zuecos.

Se llegan al presbiterio, se mueven vagarosos alrededor de la sepultura, tantean, se encorvan, y en silencio, con una rodilla en tierra, en un tácito acuerdo, comienzan a levantar la losa.

¡Llegad todos! El hijo y el capellán se interrogan con una mirada.

LA MUJER DEL MORCEGO ¡Si la hace con una limosna el señor mayorazgo!... EL CABALLERO He llegado a ser tan pobre como vosotros.

El demonio con una guadaña, el ángel con una concha de oro.

El demonio con una guadaña, el ángel con una concha de oro.

A cada uno le hizo un sábado, filo de media noche, que es cuando se calienta con las brujas, y todo rijoso, aullando como un can, va por los tejados quebrando las tejas, y métese por las chimeneas abajo para montar a las mujeres y empreñarlas con una trampa que sabe....

¡Ay, hermano, cuántas veces habremos estado con una moza bajo las viñas sin cuidar que era el Demonio Mayor de los Infiernos!

Dios me alarga la vida para que pueda arrancarlos de vuestras manos infames y repartirlos entre mis verdaderos hijos! ¡Salid de esta casa, hijos de Satanás! A las palabras del viejo linajudo, los cuatro segundones responden con una carcajada, y la hueste que le sigue calla suspensa y religiosa.

La hueste se arrecauda con una queja humilde: Pegada a los quicios inicia la retirada, se dispersa con un murmullo de cobardes oraciones.

Fernando le miró á su vez como asombrado de que concluyese lo que iba á decir, y le pregunto con una mezcla de ansiedad y de alegría

¡Por los que más amo!... murmuró el joven con una triste sonrisa.

dijo la hermosa entonces con una voz semejante á una música: yo te amo más aún que tu me amas; yo, que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro.

¿Qué es eso, Esteban, qué te sucede? le preguntó uno de los monteros notando la creciente ínquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus espantadas pupilas en la hija risueña de don Dionís, ya las volvía á su alrededor con una expresión asombrada y estúpida.

' See p. 108, note 3] En este punto del diálogo, terció don Dionís, y con una desesperante gravedad á través de la que se adivinaba toda la ironía de sus palabras, comenzó á darle al ya asendereado mozo los consejos más originales del mundo, para el caso de que se encontrase de manos á boca con el demonio convertido en corza blanca.

Apenas empezó á escucharse ese ruido particular que produce el agua que se bate á golpes ó se agita con violencia, Garcés comenzó á levantarse poquito á poco y con las mayores precauciones, apoyándose en la tierra primero sobre la punta de los dedos, y después con una de las rodillas.

En el momento en que Constanza salió del bosquecillo, sin velo alguno que ocultase á los ojos de su amante los escondidos tesoros de su hermosura, sus compañeras comenzaron nuevamente á cantar estas palabras con una melodia dulcísima: CORO «Genios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un jirón de niebla plateada.

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