38 oraciones de ejemplo con mellados

Paréceme estar ya encerrado en el horrible calabozo y respiro con asco su aire rancio y mefítico, y, sin embargo, aquel aire es puro, comparado con el olor de moho y osamentas que sale de la abertura mellada de la mazmorra.

Era una hoja mellada, llena de garabatos, letreros, sapos por aquí, culebras por allí, y cubierta de moho desde la punta a la empuñadura.

Los dientes mellados y negros, las cejas calvas, las pestañas pitañosas, los ojos tiernos, de mirada de lince, completaban su fisonomía.

Ora por bondad natural, aunque no ingénita, sino adquirida con los años y la experiencia, ora por desdeñar un arma embotada y mellada a fuerza de que todos la usen, la Condesa de San Teódulo no tenía mala lengua.

La punta de la nariz se le movía entonces, como ahora, y mostraba también sus dientes mellados y los colmillos saltones, al preguntarle su nombre y el de las personas que podían servirle de fiador.

Además, tuvo que vivir ojo alerta para que el tal déspota no le echase la garra e interrumpiese sus entusiasmos literarios haciéndolo degollar con un cuchillo mellado...

Buscó en su repertorio de cortesana callejera la más acariciadora de sus expresiones, y mostrando en una sonrisa la dentadura mellada y verdosa, musitó insinuante: ¡Anda, moreno, buen mozo, que te voy a dar más gusto!...

«Son las dos y cuarto»suspiró la de Bringas sin poder dejar de sonreír, y encontrando una gracia particular en la boca grande y en la dentadura mellada de Refugio.

Celestinadijo la mellada en tono amistoso, ¿y yo no me peino hoy?

en Flandes por la hazaña del Mellado, y verá lo que le dicen.

Y lo que más de espantar es, que siendo ella una dama de acero, donde se han mellado hasta ahora los dardos de Cupido (quiero decir, el diablo), es cera para su esposo, y le ama como si de encargo hubiera nacido para amarle, y está loca y encariñada con él, y él no acertando á mirar ni á ver más que á su doña Clara.

Sobre unos periódicos viejos exhibíanse martillos faltos de mango, cuchillos mellados y sin empuñadura, pomos de picaporte, petacas viejas, ejemplares mugrientos de revistas ilustradas.

Se mezclaba allí la miseria urbana con la miseria campesina; en el suelo de los corrales, las cestas viejas, las cajas de cartón de las sombrererías, alternaban con la hoz mellada y el rastrillo.

Se mezclaba allí la miseria urbana con la miseria campesina; en el suelo de los corrales, las cestas viejas, las cajas de cartón de las sombrererías, alternaban con la hoz mellada y el rastrillo.

En los buenos tiempos románticos florecieron en Madrid muy famosos editores como Roig y Mellado.

El raton ó cambia los dientes, de modo que cuando les cae alguno, lo arrojan al tejado del escusado, suplicando al raton lo cambie, y cuidando de no reir, cuando miran al monte Gosing (mellado) de Ilocos Súr, so pena, dicen, de que no crecerá el diente caido.

contemplaban un ciego, un tuerto y un bizco, reía uno sin dientes, tocaba la flauta un mellado, palmoteaba un débil y otros cuyos defectos físicos eran contrarios á sus instrumentos; de modo que al tocar ellos, provocaban la risa.

Le llamaban el Mellado; hablaba en un tono muy chusco, entre desdeñoso y agresivo, y decía a cada paso: «¡Mardita sea la pena!»

El Mellado era hablador, y dijo que había sido amigo de Frascuelo, por lo cual ya creía que entendía más de toros que nadie.

Los guardianes también tenían su opinión en cuestiones de tauromaquia, y hubo entre ellos y el Mellado una larguísima discusión acerca de todos los maletas y novilleros de Madrid; se hicieron cábalas acerca del porvenir de estos futuros toreadores, y María tuvo el gusto de oír por primera vez el nombre del Polaca, del Mondonguito, del Guaja Chico, del Patata y de otra porción de superhombres desconocidos para ella.

Por si uno de estos era mejor que otro se entabló una agria discusión entre el Mellado y uno de los guardianes, y éste se permitió decir al ventero que era un blanco.

A no me dice eso nadiegritó el Mellado, con tono trágico, porque por menos que eso mato yo a un hombre.

El Mellado no debía ser tan fiero como quería dar a entender, pues, dejando la discusión, salió de la cocina con el farol, y volvió al poco rato.

Tiene el buen gusto de no citar la previsión de Séneca: «aquí está la vasta puerta de dos mares» demasiado mellada por el uso que de ella han hecho cuantos han tenido que ocuparse en el asunto.

Los sables mellados de nuestra caballería, volvieron al arsenal.

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