422 oraciones de ejemplo con robledo

[Nota 20: Formaban este primer gabinete alfonsino, bajo la presidencia de don Antonio Cánovas del Castillo, los señores Castro, Cárdenas, Jovellar, Salaverría, marqués de Molins, Romero Robledo, Ayala y marqués de Orovio.

Allí, en primer lugar, y como uno de los habituales, Facundo Robledo, el gran político, el árbito de la Restauración, hacía pinitos literarios, decía chistes de su pueblo, y hasta alguna vez, excitada su confianza y buen humor por la cordialidad que flotaba en el ambiente, mostraba, como uno de esos modernos ilusionistas que fían más en su arte que en la curiosidad del público, los secretos de la política menuda.

Todos están tomados de discursos, informes, folletos y Memorias, suscriptos por los señores Romero Robledo, Moret, marqués de la Vega de Armijo, Balaguer, Doltz, general Pando, general Salamanca y bastantes otros hombres políticos peninsulares de la primera importancia.

Era de Antonio Robledo, su amigo: le decía en ella lacónicamente que Soledad estaba en su casa y que hiciera el favor de entregarle al dador el baúl.

Soledad, que siempre había mostrado buen semblante á las guasas de Antonio Robledo, las iba encontrando cada día más sabrosas; de tal suerte que cuando entraba en la tienda ya no tenía ojos y oídos sino para él.

Apenas celebróse el matrimonio cayó el disfraz galante del maestro naturalista, inútil en la ciencia sublime de cultivar cariños: enamorado de Carlota como un fauno y celoso de cuanto ella amaba, la escondió en el Robledo, solar montañés de la familia de Ramírez, y comenzó á tejer allí una existencia obscura y salaz entre conatos de labores científicas y violencias de animal en celo.

Todas las fuentes del sentimiento, henchidas por la savia de un corazón que sabía amar y comprender y perdonar, corrían sueltas y veloces á ofrecerse en holocausto de aquel martirio; ya la existencia del mozo no tuvo más oriente que el Robledo montañés, donde la triste padecía.

Y así decidido, el soñador enamorado logró la ventura de aproximarse á la dama del Robledo.

La diligencia de Velasco, el interés y afán con que abrió las ventanas del Robledo á una brisa de renovación, eran para el ánimo de Carlota estímulos heroicos.

Adivinando la pasión del joven no juzgaba peligrosa su intimidad en el Robledo; suponía que era justo confortar á una criatura tan triste con los bálsamos de un fraternal cariño y nunca pensó que flaqueasen la hidalguía de Manuel y la virtud de Carlota.

Carlitos, á distancia siempre de su padre, más por la hurañía de éste que por los rencores del muchacho, erraba por el Robledo, triste que triste, detenido allí por la insinuación constante de aquellos dulces ojos que tanto agradecían á Manuel su influencia sobre don Juan.

La madre y los dos hijos no acertaban, en los últimos tiempos, á encender esperanza alguna donde la imagen de la moza no surgiera, como un resplandor alegre del porvenir... Pero aquella mañana invernal en que un recién casado mira al Robledo con el corazón oprimido, ¿dónde están las felices promesas, la arrogante y hermosa actitud de Adolfo, realizando ilusiones de dos familias, largo tiempo inclinadas á unirse en una?

Porque Adolfo pensaba en la niña del Robledo con ternura sedante y confortadora, llena de adivinaciones y deleites, como los que gozaba en el santuario de su propia familia.

NO sin grande asombro advirtió doña Mercedes que la niña del Robledo se consolaba del fracaso de su boda con excesiva prontitud.

Apareciósele en aquel momento como un ser providencial, como una especie de caballero andante que tenía la noble misión de traer al Robledo auras de libertad para la Bella durmiente, anuncios de castigo para el Ogro y certidumbres de ventura para el Hada gentil.

También yo supe, hace poco, muchas tristezas del Robledo.

Él despacha, cobra, tose y augura: La familia del Robledo no puede acabar bien.

La gente mira incrédula al Robledo, y ni los más inclinados á la catástrofe y á la fatalidad, advierten que en la serena fronda se inicie drama alguno: adormecida está en la altura, con beatitud amable, como si prestara oído á la solemne respiración del Cantábrico; y el cantar de las aguas corrientes brota de las entrañas de la selva con tan mansos rumores, que hasta los más pesimistas y agoreros oyen en su voz un romance de paz.

Indulgentes brisas de caridad rondan el bosque, y el rumor de que ha devolver la dama del Robledo, tiene una dulzura placentera que Felipe Alonso no puede amargar con los vaticinios del boticario...

Ya no es preciso más para que cuenten aquella noche las de Estrada que otra vez hay barruntos de boda en el Robledo: asienten las de Bernaldo; las del juez aseguran, y ármase un guirigay estrepitoso, del cual llegan rumores á cada paseante de la alameda, donde el estío reune á la gente de buen humor.

* * * * * Aconteció la víspera en el Robledo que Ana María bajó al sótano para hacer, como de costumbre, la renovación y limpieza del gran acuario instalado allí.

Don Juan Ramírez: espere usted en la misericordia divina; clame usted, con fe, desde el fondo de su alma: ¡Jesús... Jesús... Amor... Amor...! * * * * * Aún vibraban resonantes y compasivos los comentarios del drama cuando Velasquín se atreve á decir á su mujer: ¡Si subieras al Robledo!...

Y la señorita se ha envuelto en su estola de piel con mucha docilidad: cuando vence el atajo, ya en la linde de la selva deshojada, oye en el camino real las campanillas de un carruaje; pero va ausente de cuanto la rodea, y no se preocupa del coche que sube hacia el Robledo, á poco de haber tocado un tren en la estación de Torremar.

» Y aunque por su hermosura y raras prendas tiene Carlota mucho parecido con las heroínas de los cuentos, bien claro está que no bajó de las nubes ni brotó de un arbusto, sino que llegó en un tren á Torremar y al Robledo en un coche, cruzando á pie una parte de la selva para acortar camino.

La niña del «Robledo».

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