2211 oraciones de ejemplo con y aquella

¿Qué relaciones existían entre aquel monomaníaco y aquella joven?

La idea de que Elías era amigo del Rey, unió en la mente del pueblo la persona del fanático y aquella palabra: los nombres que el pueblo graba en la frente de un individuo con su sello de fuego, no se borran nunca.

¿Y aquella idea que antes me ocurrió?... ¡Se me ha escapado!..." Y al mismo tiempo no interrumpía su oración; continuaba defendiendo el club de Zaragoza, explanaba un sistema democrático, y hacía además una breve historia de la República.

Aquella noche y aquella soledad parece que no han de tener fin.

La calle le parecía tan grande, que no conocía distancia alguna á que referirla, pues para ella las casas hacían horizonte, y aquella gente que venía se le representaba como un mar agitado sordamente, y avanzando, avanzando como si quisiera tragarla.

¿ no me has dicho también que aborreces aquella casa y aquella gente?

Creí que Dios me reservaba para una vida ejemplar, de continua devoción y tranquilidad; pero Dios se ha burlado de mi, me ha engañado, me ha hecho ver que la virtud con que yo estaba tan orgullosa no era otra cosa que una farsa, y aquella aparente perfección un desvarío.

Según doña Rebeca y su hija, los jóvenes favorecidos por el hidalgo podían considerarse unos ladrones, los secuestradores de la débil voluntad de un loco, cuyo testamento constituía un «atentado contra los sagrados derechos de la familia, una estafa perpetrada por aquel santurrón hipócrita y aquella gatita mansa....

La cándida niña de Luzmela, con un espontáneo movimiento de humanidad, corrió a estorbarle el «suicidio», y aquella fué la primera vez que él miró a la muchacha con detención y de cerca.

Examiné esta y aquella, y en efecto, en el oro del primero y en la plata de la segunda, se encontraba la cifra y una inscripción debajo de ella que decía: 8 de Enero 1720.

¡Y aquella madre señor, aquella madre tan cruel que se empeñó en que su hija había de ser rica! BRUNO.

» Y añadí poco después: «Quien lo hereda, no lo hurta, y como de herencia tenían los sevillanos aquel decoro, y aquella noble arrogancia.

Al dia siguiente de mi llegada á la capital de Francia, fuíme al Cuartel Latino á visitar dos casas célebres: la que habitó últimamente Robespierre y aquella en que vivia Marat cuando la heróica Carlota Corday libró á la humanidad de tan furibundo demagogo.

Oyéronle con mucho gusto, y aquella misma noche partieron de sus alojamientos á tiempo que al amanecer pudiesen acometer á los Turcos.

Muchas veces había dicho lo mismo, pero ahora estaban solos y aquella fiesta parecía haber aumentado su agresividad pasional.

Clementina, de pie y contraída, esperaba el choque, y aquella acogida cortés, después de tantas villanías hechas por ella, la desconcertó.

Entonces se rió, creo que por primera vez desde mucho tiempo, y aquella espontánea alegría me pareció expresión de una renaciente vida.

Decid que yo era un estúpido egoísta; pero, señores, ¿y la carta, y aquel casamiento imprescindible, y aquella superchería misteriosa?...

Llevó consigo el mamotreto, debajo del brazo, y aquella noche, en un entreacto, entre El monaguillo y Las campanadas, fué al cuarto del bufo Celemín, director y primer actor de la compañía, y le dijo, a tiempo que le entregaba el manuscrito: Es preciso que se estrene esta obra.

El dolor ajeno lo siente como dolor propio; el dolor propio lo multiplica por todos los dolores ajenos; y así en el dolor propio como en el ajeno experimenta el contacto de esta y aquella brasa de la gran hoguera que es el dolor universal, el drama de la vida.

Ha visto que aquel amor y aquella piedad del pasado se parecían al afecto de una nodriza, que incapaz de vivir en otra parte, deseara siempre la eterna niñez, la eterna debilidad del niño, para ir percibiendo su sueldo y alimentarse á su costa; ha visto que no sólo no le nutre para que crezca, sino que le emponzoña para frustrar su crecimiento, y que á su más leve protesta ¡ella se convierte en furia!

El corral, el establo, las pocilgas, eran obra de su padre; y aquella montera de paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había levantado él de nuevo, en sustitución de la antigua, que hacía agua por todas partes.

Ahora hay una mendicidad prohibida, una mendicidad afrentada; pero los pueblos, como los individuos, no pueden vivir sin su genio particular, y aquella ley, de puro ornato, de adobo y no otra cosa, era necesaria para dar á ese pueblo el relumbron que imperiosamente necesita el genio francés.

El pensamiento tiene tambien sus goces, y aquella adivinacion es el primero de los goces intelectuales.

Imposible parece que una ciudad tan ideal, tan fantástica, tan exquisitamente poética, haga ricos de tal manera á los vendedores de salchichas y de lenguas de vaca; aunque este vendedor de lenguas de vaca, y aquella vendedora de salchichas, no son vendedores de cualquier modo: son artistas tambien.

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