50 Adjetivos para describir mandato

Este Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera, entonces, y varias veces después, dicen que salió casi mecánicamente de entre los trémulos labios de Pepita, cediendo a las amonestaciones, a los discursos, a las quejas y hasta al mandato imperioso de su madre.

Si aparecía alguna vez más dulce y tratable, no había que achacarlo a su voluntad, sino al mandato expreso de D.ª Carmen.

que un alcalde de casa y corte puede prender á toda persona viviente en los reinos de su majestad y por su real mandato?

estos compromisarios obedecen á un mandato imperativo de que jamás se apartan, y nombran siempre á los designados de antemano por el partido político á que ellos pertenecen.

Sólo ante el riguroso mandato del Superior renunció á hacer escrúpulos de sus talentos.

Perdone usted, señorita, que le recuerde el dulce y solemne momento que se aproxima en que cumpliendo los mandatos divinos entregará usted su libertad al elegido de su corazón.

La Alhambra no es la obra de un pueblo artista, como eran las iglesias góticas de la misma época, sino la obra automática del obrero-esclavo, obedeciendo á un mandato concebido por un amo, á quien dominara el instinto del deleite, el hábito de la autoridad suspicaz, vengativa y sensual.

cuanto corrida de haber obligado á la Madre del mismo Dios á serlo de sus subditas; pero obedeciendo á su celestial mandato, recelosa de que no se llegase la hora de los maitine

No se arreglaron al cesareo mandato el veedor Cabrera y el teniente Francisco Ruiz Galan, los cuales partieron entre el mando de la provincia.

Son realmente escasos los mandatos concernientes al Derecho civil, por lo cual no los menciona Gayo al tratar de las Constituciones imperiales.

Entonces hubo un instante de desorden entre los que obedecían a los mandatos del desconocido.

Ninguno de los tres walíes retrocedió ante el despreciativo mandato de Betsabé; la contemplaban fascinados; casi no habian oído sus palabras.

La escasa claridad que nos prestaba el cielo no servía sino para mostrar á nuestras almas aterradas, el mandato dudoso de una muerte inmediata.

Una ansiedad nueva se levantó en su pecho; secáronse sus lágrimas como a impulso de enérgico mandato, y pareció distraerse, curiosa, hacia la tierra, la nostalgia del cielo, escondida en sus ojos.

Ninguna censura o mandato episcopal podía debilitar la energía del feroz cabecilla ni hacerle doblar la cerviz.

Y todo ello, no por razones sociales, sino por razones metafísicas: por haber escuchado los eternos mandatos de la Divinidad en el alma heroica del Oro.

Juzgábase entonces sin culpa alguna, inocente de todo el mal causado, como el que obra a impulsos de un mandato extraño y superior.

Por otro mandato real, fecho también en Valladolid á 2 de Marzo de 1537, facilitábasele el cobro de dicha renta, y por él se establecía, que se efectuara por los tercios de cada un año, sin que en cada uno de éstos tuviese que presentar la de vida, pues bastaría que llenase este requisito anualmente.

Delante de él se abrían en el corazón de Carmen todas las grietas profundas del dolor, porque aquel corazón atormentado pedía paz y calma y suspiraba por descansar en otro corazón blando y generoso; pero cada día una nueva meditación religiosa traía sobre aquellas ansias su mandato austero y rígido, helado como los soplos invernales que gemían en la casona al través de todas las rendijas de los muros y de las puertas.

La ceremonia vale tanto como decir entonación; es cuando las almas, tocadas por un mandato ideal, se ponen de pie... Y los tres tamborileros, en un enfático acorde, arqueando todavía más sus brazos derechos con los que, aparatosamente, golpean los tamboriles, han dado fin a su tonada.

Ese es un mandato imposible.

Así es muy raro hallar un madrileño dedicado al servicio doméstico, y si, por razón de sus ocupaciones, depende de algún patrón, maestro ó jefe, todo se conseguirá del madrileño por la razón persuasiva ó por el ruego amable; nada por el mandato indiscutible, ni por el rigor áspero.

Al inexorable mandato acudió inquieto y receloso Pierrepont, porque bien, le decía su claro instinto que su tía iba a ponerlo, sin escape alguno, entre la espada y la pared.

Era una orden, un mandato inflexible.

En Tapacari, pequeño pueblo de la provincia de Cochabamba, se quiso obligar á un padre á desgarrar el corazon de sus hijos á la vista de la madre: y la repulsa á tan inicuo mandato, fué la señal de su comun exterminio.

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