118 oraciones de ejemplo con cantábrico

Hasta el mar, el disciplente y sañudo Cantábrico, está hoy tranquilo: permite á las naves correr sin miedo por su quieta superficie,

La vasta llanura del Cantábrico era toda una mancha azul, cuajada de sol.

Descendía la tarde sobre el Cantábrico con exquisita diafanidad; llegada era, sin duda, la solemne hora que inspiró al poeta los alados versos: «Harto acaso de vidas serenóse ya el mar, las costas callan; cansadas ó dormidas sus turbulentas olas no batallan.

Sollozaba en sus versos el Cantábrico, gemían los robledales montañeses, é iba la niebla prendiendo sus gasas de pena en pena por el mundo.

Era preciso atraer hacia el arenal cantábrico un buen plantel de amigos alegres, y prepararse una agradable temporada en Las Palmeras.

La sinrazón de sus antojos hacíale olvidar que tiritaba en el estío cantábrico y que hasta los más dulces climas eran hostiles á su intemperancia.

] Bello rincón del Cantábrico, dulce y fuerte Vasconia! Eres toda verdor y jugosidad, y tienes la profunda seducción que el marino de raza conoce: nostalgia y encanto de pleno mar.

Es tal vez por lo que el genio cantábrico, desde Galicia al Pirineo, cuando permanece fiel y pegado a la tierra, cae fácilmente en la simplicidad y en la ñoñez.

Si los paisajes debemos asociarlos a la melodía, la musicalidad del verde campo cantábrico debe expresarse con un ritmo dulce y sencillo.

] En la finura un poco decadente con que termina el estío en el Cantábrico, las regatas de traineras iluminan el ambiente frívolo de San Sebastián como al paso de un vigoroso aliento varonil.

] La primera impresión que se nota en el país cantábrico, cuando el viajero llega del centro de España o de las llanuras interiores de Francia, es una manera de aplanamiento físico y moral, resultante de la limitación del horizonte y de la pesadez atmosférica.

Los primeros días en el Cantábrico son de lucha y de gimnasia psicológica; el organismo y el ánimo necesitan superar las condiciones naturales, hasta poder librarse de una especie de amodorramiento y hacerse otra vez ágil, desmaterializado y apto para el ejercicio de la imaginación.

Ese viento del Sur, que seguramente es la sal del país cantábrico, ¿por qué ha sido siempre tan poco simpático a las gentes de la tierra?

En ningún país del mundo se opera tan hondo y trascendental cambio de luz, de color, de aspecto y de alma a causa de un viento como el que se produce en el Cantábrico con el viento del Sur.

Si relacionamos la calidad de los vientos con el de las personas, podremos decir, aproximadamente, que el viento del Noroeste corresponde a ese hombre cantábrico, lo mismo asturiano, montañés, vizcaíno como guipuzcoano, que ofrece la apariencia algo bovina de un sér grande, lento, linfático, propenso a engordar, de amplio apetito y de exigencias espirituales poco pronunciadas.

En cambio el viento del Sur corresponde a ese otro temperamento cantábrico que se señala por su nerviosidad y por su imaginación.

Es el viento perturbador, nervioso, que transporta el Cantábrico al fondo del Mediodía.

La estación del año que ama el pueblo cantábrico es la primavera, prolongada hasta el corazón del estío.

Son esas canciones lentas, un poco tristes y dulzarronas, del país cantábrico.

Es una linda marina de corte veneciano, que el cielo cantábrico y la austeridad de la montaña hacen grave y lo salvan del peligro del cromo.

Toda esa larga y complicada faja del litoral cantábrico se ha distinguido en la Historia por su afición a las empresas de la mar y de la guerra.

La Reconquista se inició en el Cantábrico, y después, hasta su finalización, los cántabros actuaron asiduamente en aquella obra secular.

El litoral cantábrico y las rías gallegas han proporcionado siempre a Castilla el contingente marino que necesitaba la política castellana para su labor unificadora y de expansión universal.

No debe olvidarse que los apellidos próceres de España, las estirpes mas nobles y distinguidas en la guerra, en el mando y en las letras, provienen en su mayor parte del litoral cantábrico, desde Galicia hasta Navarra.

El Cantábrico diríamos que halla su fin natural en el resto de España, y que sus actos y sus hombres cobran firmeza y densidad al ser traspasados fuera de los montes.

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