3572 oraciones de ejemplo con extendían

Más allá extendían sus arcadas de medio punto dos galerías de palacio italiano, a las que más de una vez se había asomado Gabriel cuando jugaba, siendo niño, en la vivienda del campanero.

Doña Luz sintió nacer en su espíritu la primavera de la vida; oyó cantar las aves; vio, como en espejo mágico, el paraíso; aspiró el perfume embriagador de rosas hadadas, y pensó que se extendían por su seno el calor suave y la luz dorada de un sol ideal, iluminando y vivificando un mundo bellísimo, recién creado y oculto en su alma.

Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían.

Las petimetras del mar, las elegantes medusas, extendían el ruedo flotante de su hermosura frágil.

Sus piernas se extendían cruzadas debajo de la mesa, y sus manos enguantadas pendían de los brazos del sillón con la misma elegancia que las piernas.

En la parte inferior, junto a la masa azul del mar, extendían las fortificaciones españolas sus viejos baluartes, rematados los ángulos por garitas salientes de piedra.

Algunos toldos extendían sombras rectangulares y negruzcas sobre el suelo amarillento.

No se habían mensurado, pero se extendían desde los Andes hasta cerca de Salta.

Aquellos árboles, llenos de vigor, henchidos de salud y de fuerza, le seducían: su inmovilidad augusta, el recogimiento de sus copas, le causaban una sensación melancólica: la fortaleza de sus enormes brazos, que se extendían por el espacio firmes y poderosos, repletos de savia, le infundían respeto y envidia.

Por encima se extendían los pardos castañares, arraigados en las faldas de las colinas.

Terrible coro de amenazas e injurias brotó de aquella fila de bocas, y más de cincuenta brazos se extendían rígidos por encima de la tapia.

Siguió una mañana Viváis-mil-años a la viuda, y vio que la llevaban a la catedral, y que ella se iba, seguida de los criados, a la capilla de San Fernando; y que allí los pajes extendían sobre el blanco mármol la alfombra, abrían la silla de tijera, y ponían delante de ella el cojín de terciopelo con rapacejos de oro para que la bella indiana se arrodillase.

Los huertos de naranjos extendían sus rectas filas de copas verdes y redondas en ambas riberas del río; brillaba el sol en las barnizadas hojas: sonaban como zumbidos de lejanos insectos los engranajes de las máquinas del riego, la humedad de las acequias, unida a las tenues nubecillas de las chimeneas de los motores, formaba en el espacio una neblina sutilísima que transparentaba la dorada luz de la tarde con reflejos de nácar.

A ambos lados de la avenida que conducía a la casa, extendían y entrelazaban los altos rosales sus espinosas ramas.

Los cipreses agitaban su puntiagudo gorro verde como queriendo espantar las blancas mariposas que zumbaban sobre los romeros y las ortigas; los pinos extendían arriba su quitasol, proyectando manchas de sombra sobre el camino ardiente, en el cual, la tierra endurecida por el sol, crujía bajo los pies.

Eran bancos con la elegancia de líneas de un sofá del pasado siglo, frescos y de saludable dureza, en los que gustaba sentarse Leonora por las tardes, cuando las palmeras extendían su sombra en la plazoleta.

Su traje de trabajo, de satín de oro con botones que eran flores de perlas; su apasionado amor por los suntuosos colores, las telas que se extendían como olas de luz en su gabinete de trabajo, los terciopelos y las sedas con reflejos de incendio desparramados sobre los muebles y las mesas sin ninguna utilidad, sin otro fin que su belleza, para animarle los ojos con el acicate de sus matices.

Sobre el haz del agua dormida, que no rizaba entonces el más ligero soplo de viento, se extendían la verde lama y las redondas y anchas hojas de nenúfar, cuyas blancas flores se levantaban en el aire tranquilo.

A un lado y a otro se extendían, secos y amarillos, manchados a trechos por el verde gris de los olivos y el profundo oscuro de las huertas de naranjos.

A la extremidad meridional del golfo de Carpentaria se iban amontonando nubes obscuras con los bordes color de naranja, y se extendían por el cielo, amenazando cubrirle hasta los límites del horizonte.

Detrás de aquellas moles inmensas y oscuras se extendían los campos yermos y dilatados de Castilla.

Y si extendían la mano para recibir la dádiva del rico, era para sustentarse, no para adquirir comodidades que deben repugnar a un ser espiritual.

Los naranjos, limoneros y laureles de la ribera casi se daban la mano con los castañares y robledos que se extendían por la falda de las montañas.

Sus disposiciones se extendían no sólo á asuntos dogmáticos, sino también á la administración y jurisdicción eclesiásticas.

Y sin duda se inicia un vago murmullo de comentarios á lo largo de los vagones caminantes, mientras Regina repite al oído de su pobre enfermo: ¡hijo mío! con un desbordamiento de piedades y dulzuras que alcanzaban al demente consolado y se extendían á toda la triste humanidad, huérfana de consuelos.

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