319 oraciones de ejemplo con narraron

En Aguirreche, en su cuarto, la tía Úrsula guardaba libros e ilustraciones con grabados, españoles y franceses, en donde se narraban batallas navales, piraterías, evasiones célebres y viajes de los grandes navegantes.

Las mujeres le narraban, sin perdonar detalle, las grandes enfermedades de que las había salvado la imagen milagrosa.

En un grupo se jugaba a las cartas, en otro se decía un romance de héroes o de santos, en este algunos cantaores echaban al vuelo las más románticas endechas de la tierra, pues desde entonces era romántica Andalucía; en aquel se narraban cuentos de brujas, y en algunos, finalmente, se dormía sin inquietud por el día venidero.

Los soldados fueron siempre tan mal vistos allí, que siempre que los ancianos [30] narraban un crimen, robo, asesinato, violación, o cualquiera otro espantable desafuero, añadían: esto sucedió cuando vino la tropa.

El joven creía que el recuerdo de la fatal escena que narramos la atormentaba, y hacía vivos esfuerzos por distraerla.

La índole romántica de estas ficciones, las fabulosas hazañas que narraban, satisfacían plenamente á la afición á lo maravilloso, que se había despertado en toda la nación, á consecuencia de la guerra caballeresca contra los moros y del descubrimiento portentoso del Nuevo Mundo.

Era la niña mimada de las matronas, que narraban con cariño anécdotas de mis abuelos y bisabuelos y de otros antepasados cuyos hechos y proezas debían haber sido muy notables, para que aquellas bondadosas marquesas hablaran de ellos con tanto entusiasmo.

Cuando, a orillas del mismo Salto, me narraron la hazaña, cerré los ojos bajo un secreto terror y sentí algo como antipatía por dicho señor Cuervo, a quien no reconozco el derecho de humillar de esa manera a sus semejantes.

A este propósito narraban algunas anécdotas de su infancia y adolescencia que acreditaban esta opinión.

Y mientras ejecutaban estas menudas labores departían ó narraban cuentos para que se estuviesen quietos los pequeños.

Es verdad que un antiguo artesano que había vivido en Londres treinta años antes de los sucesos que narramos, afirmaba haber visto al médico, aunque con un nombre distinto, que no recordaba, en compañía del Doctor Forman, el famoso y viejo mágico implicado en el asunto del asesinato de Sir Tomás Overbury, que ocurrió por aquel entonces y causó lo que hoy se llama gran sensación.

Los hechos del arte son los que narramos, y solo para darles vida, color y voz, los colocamos sobre el campo de las ideas y costumbres.

Si escuchaba una orquesta, si se sentaba frente al mar a la hora del crepúsculo, si le narraban un incidente desgraciado o se ponía a tararear una canción de su niñez, le saltaban fácilmente las lágrimas; y cuando en la calle veía maltratar a un niño o a un animal se ponía rojo y con riesgo de ser agredido no vacilaba en increpar duramente al autor de la crueldad.

Los pájaros tendiendo su vuelo por el aire despertaban en ansias de lanzarme a regiones más luminosas, me causaban un estremecimiento de vértigo, el presentimiento feliz y terrible a la vez de lo sobrenatural, mientras los insectos murmurando en torno me narraban al oído sus diminutos amores haciendo resonar en mi corazón vagos y punzantes deseos.

Mis primas lloraban a hilo mientras narraban este último crimen de un modo tan desesperado, que si no fuera porque me acometieron ganas de reir, me hubiera echado también a llorar, seguramente.

En Aguirreche, en su cuarto, la tía Úrsula guardaba libros e ilustraciones con grabados, españoles y franceses, en donde se narraban batallas navales, piraterías, evasiones célebres y viajes de los grandes navegantes.

Entre tanto, existian en la sociedad dos lenguas: una erudita, oficial, órgano de la ciencia y de la autoridad, y en la cual escribian sus producciones literarias las clases instruidas y superiores; y otra lengua vulgar, rústica, usada en el trato comun de las gentes, y en la cual los juglares narraban las hazañas de los héroes, de donde provienen esos riquísimos tesoros literarios, que entre nosotros se llaman romances.

Pero antes se narraban historias, se proponían adivinanzas y hasta se dejaba correr sobre ruecas y agujas algún airecillo picante de murmuración.

Y fué primero el gran recuerdo de Hugo, narrando la formidable caída del dueño del águila, y a los sonoros clarines líricos y a las terribles trompetas épicas apareció todo lo que el arte ha creado por obra del más tempestuoso derrumbamiento de gloria y de soberbia que hayan visto los siglos.

Testigos de estas depredaciones son Leandro Hernández y Pascual Molina, supervivientes, que nos narraron este suceso, despertando su indignación el recuerdo.

Concluiré esta febril jornada diciendo con la candidez de los autores de cuentos, después que se han despachado á su gusto narrando los más locos desatinos.

Fué tanta, que, a imitación de las obras De la tierra a la luna, Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en ochenta días, etc., escribí voluminosa novela biológica, de carácter didáctico, en que se narraban las dramáticas peripecias de cierto viajero que, arribado, no se sabe cómo, al planeta Júpiter, topaba con animales monstruosos, diez mil veces mayores que el hombre, aunque de estructura esencialmente idéntica.

Se narraron sensaciones de libros y de viajes.

Estos negocios necesitan una rápida explicación, aunque no afecten al fondo de la verídica historia que narramos.

Por fortuna estaban los cronistas veraces, los simples soldados, como Jerez y Bernal Díaz del Castillo, que narraban lo que vieran por sus ojos o escucharan a los compañeros, sin añadir más fantasía que aquella que es inexcusable y perdonable a todo ser dotado de imaginación.

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