20 Verbos a usar para la palabra ente

en su amo un ente perfecto, incapaz de humanos yerros, ni pizca se asombraron los tres antiguos criados del brusco cambio sobrevenido en la casa durante la última noche.

No probaste que el hombre es ente, que es lo que primero te había pedido; antes, ya subiendo, ya bajando por tu línea, para que me aproximaras aquel altísimo ente, quedóse tan en el aire que a poco más nos aplasta a ti y a en su caída; finalmente, dejásteme la cuestión tan dudosa como antes o más.

Como al percibir, percibimos algo, es evidente que la razon de ser anda siempre envuelta en todas nuestras percepciones; por el mero hecho de conocer, conocemos el ente, es decir una cosa.

Era este hombre distinguido un ente privilegiado, de los pocos en quienes están á la misma altura el alma, el corazon y la cabeza: un hombre de aquellos que los instruidos llaman sabio, los religiosos santo, los pobres padre, y sus allegados ángel.

Así me dijo Francisco ayer sacudiéndome y sacándome del sueño más profundo y brutal que puede embargar á un ente racional.

Hallándome próximo a terminar el bachillerato, y siendo ya espigado y talludito, contraje amistad con un D. Wenceslao Viñal, ente estrafalario, pero sabidor, algo ratón de biblioteca, erudito en menudencias estrambóticas, y al corriente de mil cosas raras de arqueología, epigrafía e historiografía gallegas.

La baronesa de Carrillo fué felicitada por todas sus amigas, y la residencia de los jesuítas vióse visitada por las damas más encopetadas de las cofradías, que acudían a contemplar con el interés que inspira un ente raro a aquel aristócrata próximo a ser santo, quien, por su parte, las recibía huraño y sordamente irritado, al ver interrumpida su vida devota por la pública curiosidad.

Pues lo mismo—me contestó, exactamente lo mismo sucede con eso que usted llama entes de ficción; es fácil darnos ser, acaso demasiado fácil, y es fácil, facilísimo, matarnos, acaso demasiadamente demasiado fácil, pero ¿resucitarnos?, no hay quien haya resucitado de veras a un ente de ficción que de veras se hubiese muerto.

¿conque he de morir ente de ficción?

Saber ahora lo que va de ministerial a hombre, es cuestión para más despacio, sobre todo cuando creo ser el primer naturalista que se ocupa de este ente, en ninguna zoología clasificado.

Aminta y Silvia, Dafnis y Cloe, y Baucis y Filemon le parecen entes insufribles.

Si del examen externo, esto es, del aspecto físico, pasáramos al del ente moral, veríamos en su sereno semblante reflejado fielmente su espíritu.

Este le recibió con una de esas sonrisas prestadas, como dicen los franceses, que era en el altivo Gentleman la espresion de la suma distraccion, que producian en él los entes de tal nulidad, que se desdeñaba de desdeñar.

Lo dijimos ya: el perfecto conocimiento requiere un ente perfecto, una perfecta adecuación del entendimiento a la cosa que se pretende conocer.

Al angélico Preceptor, Cathedrático de la cama, Para lucir á los que apunta el bozo, Y para resplandecer al mayor ente: Al amor de la humildad, A la costumbre de Thomas, que es proa, Ora marítima y el bote Flora, Cota, Capitan, espada, Acanto, Canto, estrella, torre, Xanto, Incienso, Paraíso, Aurora.

Pues lo mismo—me contestó, exactamente lo mismo sucede con eso que usted llama entes de ficción; es fácil darnos ser, acaso demasiado fácil, y es fácil, facilísimo, matarnos, acaso demasiadamente demasiado fácil, pero ¿resucitarnos?, no hay quien haya resucitado de veras a un ente de ficción que de veras se hubiese muerto.

Aquel buen señor, que hacía una vida aislada y silenciosa como la de un eremita, y que pasaba los días enteros encerrado en su despacho sin permitirse ninguna expansión ni mostrar su afecto a la familia, resultaba un ente misterioso, y Alvarez, en su imaginación de poeta, casi llegaba a representárselo como uno de los fantásticos y tétricos protagonistas de los cuentos de Hoffman.

La tercera vez no me costó esfuerzo alguno sentirme el ente dichoso que simulaba ser, y desde entonces vivo y sueño ese amor con que la fiebre enlaza su cabeza a la mía.

Y respecto a eso de resucitarme he de decirle que no le es hacedero, que no lo puede aunque lo quiera o aunque sueñe que lo quiere... Pero ¡hombre! , a un ente de ficción como a uno de carne y hueso, a lo que llama usted hombre de carne y hueso y no de ficción de carne ni de ficción de hueso, puede uno engendrarlo y lo puede matar, pero una vez que lo mató no puede, ¡no!, no puede resucitarlo.

Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos campesinos, hijos de campesino, veían en un ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo intuitivamente que, para atreverse á tanto, era preciso haber nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición.

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