20 Adjetivos para describir alaridos

esclamó Berta dando un alarido desgarrador, i cayó desmayada a los piés de su padre.

Velarde dio un salto atroz y un alarido horrible, y árboles, montes, tierra y firmamento giraron bruscamente derrumbándose sobre él para aplastarle: cególe después una nube de sangre, luego otra negra, y después nada... nada más vio en la tierra... Sólo vería en lo alto a Jesucristo, vivo y terrible, que se adelantaba a juzgarle, y detrás la eternidad, oscura, inmensa, implacable.

Dijo esta palabra con un alarido espantoso, levantándose del asiento y extendiendo ambos brazos como suelen hacer los bajos de ópera cuando echan una maldición.

El hombre lo espantó con un alarido feroz, enviándole al mismo tiempo un peñascazo que le alcanzó en una pata.

El viento silbaba y gemía con alaridos violentos; el mar bramaba en la playa y la resaca debía de ser furiosa.

Luján lanzó un alarido horrible, incomprensible en el aparato eufónico de un niño, y se quedó con el pelo erizado y los brazos rígidos y extendidos hacia aquella ola inmensa que barría del mundo a un inocente, cumpliendo una tremenda justicia de Dios.

Debían llamarte María, como a la sosa de tu novia... En el patio resonó un alarido de terror, acompañado de brutales carcajadas.

Santa María di Piedigrotta hizo que Carlos III derrotase á los tedescos en Velletri... ¡Aooó! Movía su látigo lo mismo que una caña de pescar sobre la enhiesta pluma, excitando la marcha del caballo con un alarido profesional... Y como si su grito figurase entre las más dulces melodías, continuó diciendo, por una asociación de ideas: En la fiesta de Piedigrotta se daban á conocer, siendo yo mozo, las mejores canciones del año.

De pronto sonaba un alarido de terror, prolongado, estridente, que parecía subir hasta el cielo; una exclamación miedosa y jadeante, que hacía ver miles de cabezas tendidas y pálidas por la emoción siguiendo la veloz carrera del toro, que le iba a los alcances a un hombre... hasta que se cortaba instantáneamente el grito, restableciéndose la calma.

El ruido era atronador; la nota grave y solemne de que he hablado antes, había desaparecido en las vibraciones de un alarido salvaje y profundo, el quejido de las aguas atormentadas, el chocar violento contra las peñas y el grito de angustia al abandonar el álveo y precipitarse en el vacío.

De pronto, un alarido de mil bocas, seguido de un fúnebre silencio... Pasó un cuerpo de mujer tendido de espaldas sobre unos tablones.

Iba a cantar uno de aquellos romances que sacaba de su cabeza; una «relación» cortada a uso del país por un alarido tembloroso, gorjeo de dolor que se iba prolongando mientras el cantante tenía aire en los pulmones.

Cuando los náufragos estaban más confiados y saboreaban los pescados que les parecían deliciosos, los indios se levantaron repentinamente, lanzaron un alarido terrible y dispararon sus flechas contra aquella reunión de mujeres y de niños inermes.

Entonces la tía Anastasia estalló en un alarido trágico; doña Dolores se abalanzó sobre su esposo creyéndole atacado de un mal repentino; Leonor acudió en auxilio de su madre; Hurtado se vió constreñido á abandonar el muslo del pato con el aditamento de media docena de nabos por acudir en ayuda de su novia, y Josefina entretanto, con su divino aplomo de estatua, aguardaba sin impaciencia.

» El marido eyacula un alarido triunfal, se lleva las manos a la cabeza y exclama: «Esa ya me la tenía yo tragada; pero quería hacerte hablar.

El que iba en la avanguardia vuelve al ruido, y quiso Dios que disparara y al medio gigante que venia delantero dale un pelotazo y tiéndelo; los demás, como lo vieron en el suelo, con grandes alaridos métense en la montaña y nunca más los vieron.

LA DOMADORA I En la glacial serenidad de la atmósfera, resonó un alarido de dolor; luego, otro alarido más angustioso, más violento, hendió los aires, y luego otro y otro.

Pero una noche dió un alarido de hombre asesinado que despertó á sus camaradas.

Al fin, en la clase del Padre Ocaña, prorrumpiendo en un alarido desgarrador, escurrióse entre el banco y la mesa y fué á dar en tierra, poseído de frenesí.

A Ojeda le pareció oír mentalmente un alarido general, un relincho inmenso que subía hasta el cielo; y no lo lanzaban las bocas, repentinamente secas: partía de los ojos extraviados, de las ropas estremecidas, de las narices palpitantes.

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