59 oraciones de ejemplo con arqueta

Hasta entonces el bobito persistía en la buena costumbre de dar a su mujer las llaves para que ella sacase de la arqueta el dinero.

Pero cuando ya D. Francisco metía la uña en el huequecillo de la madera, hubo en su espíritu un cambio de intención que debió de ser milagroso... Retirando sus dedos cerró la arqueta.

XXXIV Pero la Pipaón no las tuvo todas consigo hasta que no le vio guardar la arqueta, ponerla en su sitio cuidadosamente, como se pone en la cuna un niño dormido, y echar la llave a la gaveta.

Al anochecer de aquel día, cuando Bringas sacó la arqueta, la dama tenía sus papeles preparados para hacerlos actuar convenientemente en caso de que el cominero abriese el doble fondo.

Desde que D. Francisco anunció a su esposa, que a principios de Agosto era necesario pagar al médico, la pobre señora creyó más urgente la reposición de los billetes sustraídos de la arqueta.

Lo que más conturbaba su espíritu en aquellos primeros días de soledad y calor era la necesidad de volver a poner el dinero en la arqueta.

Contentísima se quedó la Pipaón, y no pensaba más que en el modo de introducir en la arqueta los dineros.

Figuro que rebuscando en unas ruinas me encuentro una arqueta.

Mira, mirad qué bisagras tan bonitas he comprado para componer la arqueta de la marquesa de Tellería.

Esperaba mi D. Francisco que la marquesa de Tellería, a quien hizo el favor de componerla una arqueta antigua, dejándosela como nueva, le enviara un buen regalo por Navidad.

Había un par de zapatillas, de piel roja y el forro de seda acolchada; una cajita de cuero labrado, remedando una arqueta gótica; dentro de la cajita unas llaves, y una de ellas, la del escritorio.

Colocó los papeles como estaban, la llave en su arqueta y salió á pasear, fuera de Villa-Anita.

Arqueta ya era bastante célebre para que todo el mundo conociera un epigrama que se había dignado dedicarle nada menos que el jefe de la minoría más importante del Congreso.

Ese Arqueta, había dicho, no sólo no tiene palabra fácil, sino que no tiene palabra.

Eso ya lo sabía Arqueta; nunca había pretendido ir para Demóstenes, ni ése era el camino; pero el tener palabra difícil no le estorbaba, y el no ser hombre de palabra le servía muchísimo.

Además, aunque el diputado Arqueta no esperaba su medro del poder legislativo, se iba al bulto, ó sea al poder ejecutivo.

Juana llegó á ser confidente de Concha, que algo tendría que contarla; y el ministro, Medianez, hizo su favorito de Arqueta, que era el encargado por su excelencia de no tener palabra, siempre que convenía dársela á alguno y recogerla sin que él la devolviese.

Llegó el presidente nuevo, Medianez, de uniforme también, aunque no tan flamante como el de Arqueta.

Sin que nadie le echara de menos, con las precauciones de un ratero, Arqueta se dirigió á su gabinete.

Arqueta reparó que le miraba y le saludaba aquel prócer con sonrisa burlona, tal vez despreciativa.

Este traía ante una arqueta pequeña, e preguntó por el Rey, e mostrárongelo; e decendió de su palafrén, e fincando los hinojos ante él, con el arqueta en sus manos, díjole: Dios os salve, Señor, así como al príncipe del mundo que mejor promesa ha fecho, si la tenedes.

Este traía ante una arqueta pequeña, e preguntó por el Rey, e mostrárongelo; e decendió de su palafrén, e fincando los hinojos ante él, con el arqueta en sus manos, díjole: Dios os salve, Señor, así como al príncipe del mundo que mejor promesa ha fecho, si la tenedes.

Entonces, abriendo el arqueta, sacó de ella una corona de oro tan bien obrada e con tantas piedras e aljófar, que fueron muy maravillados todos en la ver.

Luego sacó de la arqueta un manto el más rico e mejor obrado que se nunca vió, que demás de las piedras e aljófar de gran valor que en él había, eran en él figuradas todas las aves e animalias del mundo, tan sotilmente, que por maravilla lo miraban.

La Reina abrió el arqueta, en que todo estaba, con la llave que ella siempre en su poder tovo, e no halló ninguna cosa dello, de que muy maravillada fué, e comenzóse de santiguar y enviólo decir al Rey; e cuando lo supo, mucho le pesó, pero no lo mostró así ni lo dió a entender; e fuese para la Reina, e sacándola aparte, díjole: Dueña, ¿cómo guardastes tan mal cosa que tanto a tal tiempo nos convenía?

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