1002 oraciones de ejemplo con quejé

Algunas de ellas tenían manchas de sangre en el rostro y en las ropas; otras, sentadas en el suelo, se quejaban de tremendos dolores en sus miembros.

Posiblemente me quejé de la amarga situación, pues recuerdo haberle dicho que creía de todo punto imposible cualquier arreglo.

El no había visto nunca el círculo de hierro de que se quejaban los alemanes.

Unos se quejaban y gemían arrastrándose penosamente.

Me quejé a ella del desaire, tomó él su defensa, nos trabamos de palabras y nos batimos en la calle.

Simoun había venido ya cenado y hablaba en la sala con algunos comerciantes que se quejaban del estado de los negocios: todo iba mal, se paralizaba el comercio, los cambios con Europa estaban á un precio exhorbitante; pedían al joyero luces ó le insinuaban algunas ideas con la esperanza de que se las comunicase al Capitan General.

Los bellacos, que vieron que no se quejaban, dejaron el dar azotes y empezaron a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían recogido.

La fregatriz, la robusta, la colosal Mariona, como andaba descalza, sólo producía un leve gemido de las tablas, que se quejaban al recibir tan enorme y maciza humanidad.

Abandonaba la provincia á su suerte, y cuando se quejaban de ello los naturales respondía: «que todo era inútil, pues no había mejor partido que hacer las paces, sometiéndonos á la voluntad del extranjero».

En un principio, cuando Lucrecia andaba malhumorada por el licenciamiento de sus españoles, mostróse esquiva con los ferrareses, y éstos se quejaban de que la señora no gustase sino de Angela y de las otras españolas.

Varias veces me quejé a los conductores de las diligencias, diciéndoles que no nos indicaban el tiempo preciso que íbamos a esperar; pero me contestaban encogiéndose de hombros, dando a entender que ellos no tenían la culpa.

Al salir me quejé de ello a un amigo y éste me dijo: «No le extrañe a usted, no lo ha hecho a posta; es que no se ha percatado siquiera de la presencia de usted».

Los judíos, sentados en la popa con aire desconsolado, se quejaban mucho del frío que habían sufrido en aquel lugar abierto.

Di un gran grito, salí al teatro, interrumpí la comedia y, dirigiéndome al duque, que estaba en su aposento con su esposa la duquesa, me quejé a él en alta voz de los modales tudescos con que me había tratado su gentilhombre.

Y desto parece otro muy claro argumento, porque tengo entendido de muchos años, y de 40 y 50 que lo platicábamos, y muchas veces que he pasado por ella, atras en la primera laguna dulce ó poco salada, no se toman tiburones ni otros pescados marinos sino en la grande salada, y así los indios no se solian guardar ni quejar en la primera que los tiburones los desgarraban, sino de la segunda entendia yo que temian y se quejaban.

«Yo me quejé de su inconstancia, y él ¿qué me respondió? Cantad el sauce, cantad su verdor.

Y me quejé á Márquez.

Bonoso y Serafina se quejaban, pero no tenían resolución para coger al ministro y castigarle debidamente; y, entre tanto, en Colmania había muchas provincias cuyos habitantes perecían de hambre ó se alimentaban con las yerbas y raíces del monte, no queriendo cultivar sus heredades porque no les producían lo necesario para satisfacer las contribuciones inmensas que exigía el conde del Buitre.

Me quejé al Padre Mur y no me hizo caso; al Padre Sequeros, pero Pajolero negó.

Ignoro si esto fué cierto: lo que me consta es que muchos padres se quejaban del mal trato recibido por sus hijos, y amenazaban con recurrir a la autoridad judicial.

No me quejé y no me quejo hoy.

Ambos llegamos tarde á la escuela, con la cara amoratada, pero él no habló ni yo me quejé, aunque me hubiera sido muy fácil la venganza.

Esta enemistad, que se traducía en agresiones colectivas, manteos, «ronga-catonga» bailadas en torno mío, no sin puñetazos, puntapiés, escupidas y otras amenidades escolares, de que nunca me quejé á los superiores por caballeresco puntillo, cedió un tanto, casi por completo, después de varios combates con «los más guapos», en los que, por fortuna, resulté casi siempre vencedor.

En el mismo tiempo los vecinos del Padul, á tres leguas de Granada, se quejaban que habian tenido y mantenido mucho tiempo gruesa guarnicion, que no podian sufrir el trabajo, ni mantener los hombres y caballos.

Los judíos parecen haber sido en general séres mezquinos, que de todo se quejaban.

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