25 Verbos a usar para la palabra llamaradas

Cerca del puente de Segovia salían llamaradas de los hornillos de una churrería instalada una barraca.

El rostro de la muchacha fue delator del libro: Pepe entró y, quitándoselo de las manos, lo hojeó unos instantes mientras ella huía avergonzada, sintiendo por primera vez en su vida una llamarada de vergüenza que la abrasó la cara.

Y, de repente, vi una llamarada que pasó ante mis ojos y creí leer, enfrente, en la pared, estas palabras: ¡Oh, si ella muriera! , era eso, esas eran las palabras.

Las ventanas parecían lanzar llamaradas, y por encima de la techumbre se amontonaba una espesa nube, semejante a un palio formado por un torbellino de humo negro.

¡Siquiera la facha! ¡Ya me imagino al charro! ¡Ja, ja, ja, ja! El buen servidor gustaba de bromearse conmigo; se complacía en tratarme como a un niño en quien conviene apagar las llamaradas de una vanidad jactanciosa.

» De este rápido hermanar en su imaginación la propia miseria con la riqueza del aborrecido don Juan, brotó en su lóbrego y envidioso pensamiento una llamarada de odio y venganza.

Su hermosura, sometida á la prueba de aquella calcinación en crisol ardiente, triunfaba de las llamaradas del rojo, y aparecía sublimada y purificada.

Entonces la luz, a quien aún no conocía, desde su interior donde antes cantaba, respondió a mis palabras como quien se complace en ser cortés con otro: En aquella parte de la depravada tierra de Italia que está situada entre Rialto y las fuentes del Brenta y del Piava, se eleva una colina no muy alta, de donde descendió una llamarada que causó un gran desastre en toda la comarca.

Abrid cualquier libro germano de los últimos tiempos, y en medio de sus análisis minuciosos consagrados á cualquier especialidad de la ciencia os sorprenderá un ataque furioso, intempestivo, contra lo que estos sabios llaman «degradación teológica», una llamarada de odio contra la superstición teísta.

Enriqueta se revolvió como una fiera herida, y librándose de aquellos brazos, que la oprimían cariñosamente, irguióse pálida, altiva, y llevando en sus ojos la llamarada de la indignación.

La navarra se tapó el rostro con un lado de la mantilla para ocultar las llamaradas de sus celos.

¡Ah, el Plumitas! El rostro de doña Sol, obscurecido por el aburrimiento, pareció aclararse con una llamarada interior.

A veces percibíamos a cierta distancia, entre los árboles, unas llamaradas como de inmensas hogueras.

Toda idea nueva y feliz produce como una llamarada interior, cuyo reflejo sube al rostro, cuando este no se ha educado en el disimulo y la hipocresía.

A la humosa llamarada de las antorchas, Ramiro pudo reconocer, en medio de aquel golpe de gente, la enhiesta facha de Bracamonte.

Pero en Dios confio que con la ayuda de los buenos caballeros de la ciudad y reino de Granada, con la gente de guerra de la Alhambra, y con los escuderos de mi casa, podremos sofocar esta primera llamarada.

Fortunata volvió a tener la llamarada en sus ojos, al modo de un reflejo de iluminación cerebral, y en su cuerpo vibraciones de gozo, como si entrara alborotadamente en ella un espíritu benigno.

Al oirlo se alzaron erguidas las tres cabezas y vomitaron grandes llamaradas.

En aquel momento la vela que aún ardía expirante en su candelero, y que manifestaba haber ardido toda la noche para alumbrar el trasiego de la mudanza, arrojó su última llamarada.

Muy al fondo brillaban en llamaradas de un rojo sombrío los últimos resplandores del día moribundo que arrojaba sobre las pulidas baldosas un largo surco de luz.

Antes los galanes, cuando no podían comunicarse con sus amadas, las citaban en las iglesias, donde la religiosa oscuridad protegía el trasiego de las cartitas, el apretón de manos u otro desahogo de peor especie, mientras los padres embobados contemplaban las llamaradas del cuadro de Ánimas del Purgatorio.

De pronto el sol se ponía detrás de un robledal, y en un instante desaparecía la llamarada; la casa entonces era como un cadáver electrizado a quien se le acababa la corriente y quedaba en seguida tenebrosa, siniestra

El sol moría despidiendo su última llamarada, que enrojecía una parte del horizonte.

Sentía su hermosura envolverme como una llamarada.

Y la boca desdentada del marino seguía cantando las proezas de otros tiempos, como si datasen de ayer, como si las hubiese presenciado, como si de pronto fuesen a flamear sobre aquella tierra envuelta en la obscuridad las llamaradas de las torres atalayas anunciando un desembarco de enemigos.

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