44 Verbos a usar para la palabra ocaso

El sol que se acercaba al ocaso, entraba hasta los pies de la cama y envolvía en una aureola a aquella pareja de aturdidos.

Todo un largo día invertimos en recorrer las doce leguas que nos separaban de Ormessón, y ya llegaba el sol al ocaso cuando Agustín, que no cesaba de mirar por la ventanilla, le dijo a mi tía: Señora, ya se distinguen las torres de San Pedro.

II Clara, apacible y serena Pasa la siguiente tarde, Y el sol tocando su ocaso 20 Apaga su luz gigante: Se ve la imperial Toledo Dorada por los remates, Como una ciudad de grana Coronada de cristales.

Cuando aquél se encaminó al ocaso, los aqueos eran vencedores, contra lo dispuesto por el destino; y habiendo arrastrado el cadáver del héroe Cebrión fuera del alcance de los dardos y del tumulto de los teucros, le quitaron la armadura de los hombros.

Las nubes del poniente confusamente coloreaban el paso del sol; su luminoso disco se aproximaba á su ocaso, cuando un grito se escapó de todos los labios y una fuerte palpitación se experimentó en todos los pechos.

Mirad—respondió ella señalando el ocaso; el sol se ha puesto, y es hora ya de que nos despidamos.

En medio del escollo hay un antro sombrío que mira al ocaso, hacia el Érebo, y á él enderezaréis el rumbo de la cóncava nave, preclaro Ulises.

Una hermosa tarde en que todo parecía sonreir á nuestro alrededor, en que el sol poniente encendía el ocaso y arrebolaba las nubes, y de la tierra ligeramente húmeda se levantaban efluvios de vida y perfumes de flores, dos amantes se detuvieron á la orilla del agua y al pie del tronco que nos sostenía.

No parecía sino que aquella existencia de tantos adorada pendía en aquella ocasión de uno de los rayos luminosos del sol, porque declinaba hacia su ocaso al compás del astro del día.

Al paso que la luna declinaba, Y al ocaso fulgente descendía 20 Con lentitud, la sombra se extendía Del Popocatepec, y semejaba Fantasma colosal.

"Nuestro tren se dirigia al ocaso con su galopar de acero, tendiendo un manto de humo espeso bordado de chispas refulgentes, que como que formaban enjambres y se desbarataban en líneas fantásticas.

No morirá en mi tierra la lengua de Castilla, la cultura española no encontrará su ocaso, las leyes del Rey Sabio tendrán vida inmortal; porque en la historia un nombre eternamente brilla, al lado de Cervantes, Molina y Garcilaso, el nombre de aquel vate, héroe y mártir: Rizal.

No era un enredo vulgar para satisfacción del sexo: era una pasión que endulzaba el ocaso de su madurez y le hacía soñar y sentir á los cincuenta años, con una intensidad que le retrogradaba á la juventud.

Algunas estrellas empezaban á titilar sobre la púrpura de un cielo ensangrentado por el ocaso.

La bruma que exhala el río á estas horas se une al humo de las fábricas, envolviendo el ocaso en una opacidad impropia de este clima.

Allí, en Lillebonne, su pueblo natal, le esperaba, con el amor de la santa Emma Gavien, la única dicha que el destino le reservaba como queriendo poner, á su triste vida un ocaso de mayo.

10-13) ¡Cuán solitaria la nación que un día Poblara inmensa gente! ¡La nación cuyo imperio se extendía Del ocaso al oriente! (p. 76, ll.

La luz del sol se fué al ocaso y no conviene permanecer largo tiempo en el banquete de los dioses, pues es preciso recogerse.

Ella le perdonaba los gestos preliminares y los gestos finales por como necesitaba aquella música para prepararse con ideal egoísmo para gozar el ocaso y la noche: Si yo fuese poetisa escribiría una poesía que se titulase «Las naranjas del ocaso» y pintaría a todos los que saborean el ocaso desde las ventanas, como gentes que muerden y chupan naranjas vespertinas...

Es una cuna sin sepulcro, un Oriente que no halló su ocaso.

No juntes el ocaso y el oriente, Huyendo al primer paso; Que juntos el oriente y el ocaso, La luz y sombra fria, Serás sin duda síncopa del dia.

Tu ejército arrogante Alumbrando he de ir siempre delante, Para que hoy en trofeos Iguales, grande Alfonso, á tus deseos, Llegues á Fez, no á coronarte agora, Sino á librar mi ocaso en el aurora.

Ese pabellon de tela Que está en el cuarto aposento, Es del sol de su belleza El ocaso en que se ha puesto, Y la nube que le cerca.

Mientras Wagner padece su ocaso, el tenor Anselmi impone á la admiración la Tosca y Romeo y Julieta.

Los pequeños poemas son la poesía del ocaso; pero ¡qué ocaso tan espléndido! Ese sol, como el de su país y el mío, se pone más hermoso aún que se levanta.

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