36 oraciones de ejemplo con imaginaos

(p48) Imaginaos

Imaginaos una llanura siempre verde, limitada en todas direcciones por obscuras montañas y risueños collados.

Imaginaos los chistes, las bromas que descargaría sobre el pobre Erín nuestra gente sevillana, tan chusca de suyo y tan burlona.

Imaginaos el disco de la Luna, negro como el azabache, y en torno suyo una orla de lumbre formada por la irradiación del sol, que está detrás.

Imaginaos un hombre fabricado de la pasta mejor, al par que la más grosera.

Imaginaos que ese excelente Bernier ha completado mi persona con la piel de un auvernés.

Pero imaginaos dos seres que se han elegido antes de unirse, que se conocen bien, que se estiman, en fin, que se aman, y pensad cuánto debe añadir a su felicidad la certidumbre de su duración sin fin.

Imaginaos aquella amplia cocina con la gente a punto de acabar sus tareas, antes de marcharse a acostar; el enorme puchero negro, lleno de remolacha y patatas destinadas al ganado, humeando sobre un inmenso fuego de leña que se consumía formando tulipanes de oro y púrpura;

Imaginaos la posición de un jefe condenado[105] a llevar un traidor a su lado, y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar.

Imaginaos a los fenicios y su dominio sobre el Mediterráneo y no comprenderéis que hayan ignorado los movimientos de los astros que les servían de guías, la acción del viento, la fuerza de las corrientes y otras nociones prácticas del arte de la navegación.

Imaginaos a los ingleses ignorando las grandes leyes de la ingeniería y aspirando a cruzar el África con líneas férreas y a manejar el agua del Nilo por medio de gigantescas represas.

Imaginaos a los holandeses, a esos creadores de una parte de nuestro planeta, aspirando a poner diques al mar e ignorando al mismo tiempo las leyes de la hidráulica y la capacidad de resistencia de sus materiales.

Imaginaos a los alemanes, a los suecos, a los norteamericanos, luchando por levantar a los pueblos por medio de la educación y consiguiéndolo; y suponed que no se han acordado de principios de psicología y pedagogía, y veréis que incurrís en un contrasentido manifiesto.

Imaginaos una mujer bella, jóven y casada con un hombre, jóven tambien, opulento y que la adoraba.

Imaginaos el dulce y puro sueño de una virgen, lleno de blandura, de delicadeza, de suavidad, una fiesta eucarística, una pascua de lirios y de cisnes.

Imaginaos un enamorado que fuese a las santas basílicas a arrancar los mejores adornos para decorar con ellos la casa de su querida.

Imaginaos que no es poco venir a encontrar en el Viejo París, en vez de recitaciones de trovadores o juegos de juglares, una zarzuela infantil que está dando La viejecita del maestro Caballero!

Imaginaos á los habitantes del lugar de la Mancha «de cuyo nombre no quiero acordarme» furiosos contra D. Miguel de Cervantes Saavedra ..., toda proporción guardada.

Imaginaos que os halláis y veis enfermos en una cama, con el aviso de confesaros y de recibir el santísimo Viático y la santa Unción; luego os halláis moribundos, que os dicen la recomendación del alma, que vais perdiendo los sentidos, y que, finalmente, morís...» «Morir es sacar de casa á ese tu cuerpo y llevarlo al campo santo, y allí dejarlo solo, de día y noche, rodeado de calaveras y huesos de otros muertos.

imaginaos eso, vuelvo á decir, y tendréis

Imaginaos un hombre que no hace más que divertirseó á quien todo le sabe bien,que no sabe lo que es una contrariedad; y decidme, lector sesudo, que acabáis quizá de estar maldiciendo vuestra estrella, si os cambiaríais por él.

¡Cómo gozaría allí un cazador! Imaginaos que en la «Ramada» los soldados recogieron un día ocho mil huevos, después de haber recogido toda la semana grandes cantidades.

Imaginaos un árabe con gran nariz aguileña, de barba y cabello canos y tendréis su retrato.

¡Desgraciado Macías! ¡Ah! imaginaos el efecto que me haría ver aquel hombre que había nacido bien, que había recibido educación, gozado de la vida y frecuentado la buena sociedad, reducido á aquella condición! ¡Él mismo no lo comprendió!

Imaginaos un antiquísimo edificio situado sobre el Jordán, cuyas aguas saturadas de arena amarillenta, se deslizan ya casi agotadas hacia el Mar Muerto, por entre bosquecillos de terebintos y manzanos de Sodoma.

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