155 oraciones de ejemplo con mujerona

Es demasiado mujerona.

Alzó en sus manos la mujerona todo aquel catafalco religioso-taurino, y en menos tiempo del que se necesita para pensarlo, cayó todo con estrépito formidable sobre la cabeza de Tablas.

Siguió parloteando el ciego, y por las explicaciones que le dio del carácter y costumbres de la mujerona, pudo comprender que si se hubieran encontrado a esta en estado de normal despejo, les habría dado la peseta con sólo pedirla.

La mujerona estaba furiosa por la fuga de las damas tedescas, y examinaba al marino como un presunto espía, bueno para una denuncia patriótica.

Las voces de la mujerona hicieron volver la cabeza a otros grupos lejanos, despegándose de ellos algunos hombres al reconocer a don Isidro.

Luego salió una pintarrajeada, vieja y fea mujerona francesa, con un sombrero descomunal; se acercó a las candilejas y cantó una larga narración, de la que Manuel no entendió media palabra y cuyo estribillo era: Pauvre petit chat, petit chat.

Pues qué, ¿piensas que no te han visto ahí enfrente, arriba y abajo, las horas de Dios, con esos marinerazos... y una mujerona?

¡Una mujerona!...

Eso mismo: una mujerona... ¿Te parece que eso está bien?

La mujerona suspendió su labor para escuchar al sereno, que cantaba una hora: las diez: pero inmediatamente reanudó el trabajo, y había en su diligencia una especie de cólera.

Al verse de nuevo sin albergue, rostro á rostro con la miseria, la mujerona pensó: «Esta noche yo como y duermo bajo techado».

Desde Alcalá se trasladó á Madrid, donde una alcahueta que andaba en peligrosas cuentas con la justicia, por corrupción de menores, la propuso ir á Cáceres... Al llegar á este capítulo, el más sucio, quizás, de su negra historia, la mujerona vacilaba: también en su vida, como en la de su hermano, del monstruoso ayuntamiento de la ignorancia con el infortunio, nacieron páginas tiznadas, abyecciones inconfesables.

De sus cuatro hijos á la mujerona sólo la interesaba realmente Deogracias, el primero, en quien revivía la figura del Charro.

¡Si no volviese!pensaba la mujerona.

La mujerona abrió bien los ojos, reconcentrando en ellos toda su conciencia para mirar mejor, y ya no vió nada.

Otra vez la mujerona tuvo miedo.

La mujerona se levantó y empuñó unas tijeras: su imaginación relacionaba la sombra amarillenta, entrevista momentos antes, con la pesadilla de su hermano, y un supersticioso terror la invadió.

La mujerona agregó: ¿Ha dicho él que te espera? ... ... ¿Cuándo?...

Miró á la mujerona.

Intrigada por los enigmáticos ojeos de su hermano, la mujerona exclamó: ¿Qué haces?...

La mujerona le esperó, acurrucada en un escabel, las manos de gruesos artejos cruzadas delante de las rodillas.

Su concepción tenía una diafanidad y sus palabras una elocuencia compendiosa y justa, que impresionaron á la mujerona.

Iban de aquí para allá, azorados: la mujerona contenía la irrupción de los parroquianos entrometidos que quisieron colarse detrás de D. Francisco; Vallejo se reía como un fuelle, y el yerno se rascaba la cabeza, quitándose la gorra y volviéndosela á poner.

Que esa mujerona es quien ha matado á tu amo...

Madama Montdidier era una bordelesa morena, guapa, de ojos negros, un poco mujerona, un poco coqueta y oía sin inconveniente a los que la galanteaban.

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