296 Verbos a usar para la palabra silla

Después de ajustar cuentas se levantó de la silla.

Pepe Rey acercó una silla y apoyando en el mismo lecho el codo y en la mano la cabeza, empezó su conferencia, consulta, exposición de plan o lo que fuera, y habló larguísimo rato.

El gigante tomó otra silla.

El primer nombramiento que se hizo para ocupar dicha silla apostólica, recayó en Fray Francisco Ortega, de la orden de San Agustín, quien fué electo el año 1600, no llegando á posesionarse.

Despavorido bajó a la cuadra, donde tiene su caballo, le puso la silla y se lanzó al camino, aquel camino aldeano de verdes orillas, que cruza por delante de la casona hidalga.

Al oír mis pasos se incorporó y murmuró con voz apagada: Mary, trae una silla.

¡Qué atrocidad! Mirad, chicos, cómo ha dejado Amparo la silla.

Se tostó por delante y por detrás, en tal forma, que, cuando Rafael fué a coger la silla, quemaba.

Se sentó lentamente en una silla, cerca de Jacobo, y dijo con dulzura: Es inútil que me amenaces; estoy resuelta á hablar.

Al ver al prelado, dio un grito de sorpresa: ¡Don Sebastián! ¡Aquí usted...! He querido visitartedijo el cardenal con sonrisa bondadosa, sentándose en una silla.

Agradecida la Torrebianca á este homenaje, volvió la espalda á Moreno y ofreció una silla al recién llegado, junto á ella.

Desnoyers colocó dos sillas junto á un macizo de vegetación, y al sentarse quedaron invisibles para los que transitaban por el otro lado de la verja.

Algunas jóvenes se fueron para sus casas; otras, y con ellas algunos galanes, vinieron a sentarse delante del estanquillo, para lo cual doña Rosalía les consintió sacar más sillas y un banco largo.

Su figura se aproximaba a las sillas de posta antiguas, que todavía hacen el servicio del correo en Madrid desde la Central a las Estaciones.

Seguíanla dos pajes, el uno de los cuales llevaba una rica silla de tijera y el otro un cojín de terciopelo con rapacejos de oro debajo del un brazo, y terciada en el otro una rica alfombrilla.

Con su presa en el morral, salió otra vez al camino que antes llevaba; y echándose la escopeta al hombro, marchó á largos pasos hacia su casa, pues ya había oído tocar á mediodía y no le gustaba hacer esperar á don Silvestre que de fijo, estaría arrimando las sillas á la mesa.

Desde una semana antes, la granujería corría las calles arrastrando sillas rotas y esteras agujereadas, pidiendo a gritos, con monótona canturía, «¡Una estoreta velleta...!» La plazuela de las de Pajares tenía un vecindario bullicioso y alegre: gente de pura sangre valenciana, que vivía estrechamente con el producto de sus pequeñas industrias, pero a la que nunca faltaba humor para inventar fiestas.

Estaba sentado en el trono de los arzobispos de Toledo, aquella silla que había sido la estrella de su juventud, y cuyo recuerdo le turbaba en pleno episcopado, cuando paseaba la mitra por las provincias esperando la hora de llegar a la Primada.

Cedió algo, en efecto; por lo cual hizo mayor esfuerzo, rodó la silla en que se apoyaba y se abrió lo bastante para que el joven se deslizara por entre las dos hojas y quedase dentro, sin más ni más.

Las paredes eran de madera, los muebles pocos y rústicos, y mezclados con ellos vió sillas de montar, aparatos de topografía, sacos de comestibles.

Don Juan en la cabecera, con las dos niñas, y en el extremo opuesto doña Manuela, teniendo a la derecha a Juanito y a la izquierda la silla destinada a Rafael.

¡Duro! ¡duro ahí! Un mozo de cuadra, moviéndose con precaución junto al caballo, coceante de dolor, le quitaba la silla, echándole después a las piernas unos lazos de correas que las agarrotaban, uniendo las cuatro extremidades y haciendo caer al animal al suelo.

hizo una seña que significaba sigilo; todos los del corro se acercaron a él, y con la mano puesta al lado de la boca, como una mampara, dejando caer la silla en que estaba a caballo, hasta apoyar el respaldo en la mesa, dijo: Me lo ha contado Paquito Vegallana; el Arcipreste, el célebre don Cayetano, ha rogado a Anita que cambie de confesor, porque....

Primero probó la silla grande; pero era muy alta.

¡Mire usted qué manos, Clara! Verá usted... es capaz de alzar una silla en peso.

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