123 oraciones de ejemplo con zas!

¡Zas!... Gillespie, no sabiendo cómo defenderse de aquel enjambre maligno, había lanzado un salivazo dentro del salón.

Poco después volvió a decir: ¿Permites, Rafael? Y ¡zas! le encajó otro beso.

Mi padre comenzaba a hablar, pensándolo mucho, y a lo mejor ¡zas! una aleluya.

Vaciló el viejo sobre sus piernas, pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y... ¡zas! cortando la complicada envoltura de pañuelos, abrió una profunda hendidura, separando casi la cabeza del tronco.

Y yo, ¡zas, zas! bayonetazo limpio.

A los pocos momentos da éste una media vuelta, y ¡zas! me cuelo en el cielo.

Bueno; aguardaría a llegar a aquella esquina, y una vez en ella, ¡zas! soltaba su demanda, aunque cortase a Tónica en lo mejor de sus confidencias.

Tomé bien la puntería con una de las piezas, dirigiendo la mira a la cabeza del primer soldado... ¿Comprende usted?... Como la línea era tan perfecta, disparé, y ¡zas!, la bala se llevó ciento cuarenta y dos cabezas, y no cayeron más porque el extremo de la línea se movió un poco.

En cuanto hable del honor, ¡zas!...

Empujó demasiado fuerte, para que se cayera Saturno y, ¡zas! subió la barquilla allá arriba y al bajar... se enganchó en ese palo.

Paco Vegallana, Obdulia, Visita y demás gente locahabía dicho el Arciprestese entretienen en cortar helechos, yerbas, ramas de árboles y arrojarlo todo al pozo, y cuando ya llega la hojarasca cerca de la boca... ¡zas! se tiran ellos dentro, primero uno, después otro y a veces dos o tres a un tiempo....

Don Víctor había sentido la sacudida, pero acto continuo ¡zas! había santiguado al gracioso.

El caso es... que cuando yo creía tenerla dominada, cuando yo creía que el misticismo y el Provisor eran agua pasada que no movía molino... cuando yo no dudaba de mi poder discrecional en mi hogar... a lo mejor ¡zas! mi mujer me viene con la embajada de la procesión.

Todas las noches pasaba unas cuantas horas, la honra y tal vez la vida del amo, pendiente de un hilo que tenía ella, Petra, en la mano, y si ella quería, si a ella se le antojaba, ¡zas! todo se aplastaba de repente... ardía el mundo.

Y ¡zas! el nombre que tenía aquello, según Quintanar, estallaba como un cohete de dinamita en el cerebro del pobre viejo.

Ella, que tantos caprichos había tenido toda la vida, jamás se había mostrado aficionada al teatro, y menos a la música; desde su malparto a la fecha, y ya había llovido después, no había estado en el coliseo cuatro veces: la Compañía actual no la había visto siquiera, y ya estaban acabando el tercer abono... y de repente ¡zas!, sin avisar a nadie, tomaba un palco, y a la ópera todo el mundo.

Ahora, como ya pasó, es lo mismo que cuando hay que saltar un foso muy ancho: se salta, ¡zas!, y ya no se piensa en ello.

¡zas! ya estaban todas derretidas, y carta va y carta viene....

En fin, que él amortajó a Doña Armanda, y entre él y yo la velamos, y al amanecer... ¡zas! tren especial y a Bretaña con el cuerpo en un ataúd de palo santo fileteado de plata: al castillote de qué yo qué, a enterrar con sus padres, abuelos y tatarabuelos a la pobre señora.

Que yo necesito tu hija, ¡zas!, pues contra tu voluntad te la cojo.

Que me hace falta leche, una vaca humana, ¡zas!, si no quieres dar de mamar de grado a mi chiquillo, le darás por fuerza.

Éste está en acecho, espiando todas las oportunidades, y a la primera que se presenta, ¡zas!, se apodera del objeto deseado, que desaparece como por arte de magia.

Eso creo yo bien respondió don Quijote, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si fueran de agua.

Ni más ni menos que si pretendiese averriguarr si sonaba yo a hueco... Y algo más tarde, hallándose el venerable mandarín hablando con unas señoras, un poco inclinado hacia adelante por estar ellas sentadas, acercósele sir Roberto con mucho disimulo, oculto entre el gentío, y sin provocación ninguna, sin objeto alguno justificado, ¡zas!, hundióle con flema británica, hasta la cabeza, un alfiler en la nalga izquierda...

Una de esas noches de luna iba Mariquita por el Puente lanzando una mirada a éste, esgrimiendo una sonrisa a aquél, endilgando una pulla al de más allá, cuando de improviso un hombre la tomó por la cintura, sacó una afilada navaja, y ¡zis! ¡zas!, en menos de un periquete le rebanó una trenza.

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