27 colocaciones para chalet

La conserje del chalet se encarga del gobierno de casa, de la compra y aun de guisar: el conserje atiende a la limpieza, corta las ramas del jardinete, guía las enredaderas, barre las calles enarenadas, sirve a la mesa y abre la puerta.

A trechos giraba lentamente, muy distante, la azotea roja de un chalet; y su ventana, bajo el triángulo de tejas, fulguraba como una planchuela de oro.

Mientras se solazaba Pilar de manera tan conforme a sus inclinaciones, aguardábala Lucía en el balcón del chalet.

¡Figúrate! Total, que ella bajaba para Palomares, donde ha comprado una especie de chalet o demonios; bueno, pues, cátate que nuestro Alvarito, en vez de tomar el tren que subía, el de Madrid, toma el que baja, da órdenes a su criado, para que recoja corriendo el equipaje y se meta en el reservado que traía la ministra, un coche salón con cama y demás.

La casa, en forma de chalet, tenía un jardín poblado de árboles, regado por un fresco arroyo; había un rústico cenador guarnecido de jazmín y madreselva; en fin, la casa misma era de reciente construcción y, aunque pequeñita, ofrecía comodidad y aspecto risueño.

El tejado puntiagudo, las galerías y escalinatas de madera, le daban aspecto de chalet suizo.

A la entrada del pueblo hay un precioso grupo de chalets, de tipo suizo, que le dan un aspecto exótico.

Natalia no había venido desde su instalación en el chalet; tampoco se lo había anunciado aquella mañana al despedirse.

Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas.

Mientras tanto el cura no tardaría en llegar para consagrar la unión, y esa misma tarde iría él con Adriana, con "su mujer", a un chalet rodeado de viejos árboles, en las barrancas de Belgrano... ¿No lo habría soñado?

Un oficial me enseña las torres cuadradas de la catedral, de ese recargado estilo hispano-colonial que no parece vulgar en este paisaje; la ensenada del canal interoceánico en la Boca; al pie de la colina de Ancón, el hospital de la Compañía, innumerable serie de pabellones elegantes, lujosos, escalonados en la falda, como chalets de recreo á la sombra de cedros y naranjos.

Al caer la tarde, comenzó a sonar un piano viejo en el piso alto del chalet, éste se conmovió con el taconeo de una agitada mazurca.

Había sido construída con pretensiones de chalet, con arreglo a un gusto poco común, sin la pesada abundancia de granito que las lluvias frecuentes aconsejan en el país galiciano, con balcones de madera pintada bajo tejados puntiagudos y de salientes aleros.

Me sacó de mi sorpresa el dueño de la villa, el propietario del chalet, que vino hacia con la mayor afabilidad.

Miranda caminaba a paso desaforado, arrastrando mejor que conduciendo del brazo a su mujer; y casi estaban ya a la puerta del chalet.

En el silencio de la tarde, allá sobre la campiña desierta, aquella casita, no obstante sus rasgos de chalet industrioso, tenía una especie de triste dulzura, algo de sepulcro nuevo en el emplazamiento de un antiguo cementerio.

Hicieron Miguel y el caballero varias preguntas acerca del propósito de los emigrados españoles, y en el curso de la conversación hablaron de las dos señoras del chalet de las Hiedras, a quien había visto Lacy por primera vez en la posada de la Veleta.

Las barcas destacan su doble vela latina sobre las colinas verdes, moteadas de rojo por las techumbres de los chalets y coronadas por la diadema negra de los bosques.

El y Choribide solían pasar la tertulia en el chalet y en el Bazar de París.

Cuando llegaron ante la verja del chalet, cuyos mecheros de gas brillaban ya entre la sombra de los árboles, Miranda dijo para : Ésta es más entretenida que mi mujer.

Habíalas color barquillo bajo, realzadas por la nota de fuego de las bengalas, y las rosas enanas, de matiz de carne, parecían rostros microscópicos, que miraban curiosos a las vidrieras del chalet.

Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse.

Las almas y los cuartos de los chalets se ventilaban a esa hora.

Miguel Aristy pagó la consulta al señor Masson y se fué pensando que su madre se haría cruces al saber la clase de gente que eran las damas del chalet de las Hiedras.

«¿Es que el padre de los dueños de esos «chalets» fué un náufrago y por eso sus hijos no quisieron volver a ver el mar?»

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