La cogí por la garganta y apreté los dedos hasta hundírselos en la carne.

862 De trato tan rigoroso muy pronto me acobardé; el bonete me apreté buscando los mejores fines, y con unos volantines me fuí para Santa Fé.

Loco de espanto, apreté los talones a los ijares del animal y corrí a lo largo de la muralla que se extendía como una vasta cinta negra furiosamente desenrollada.

Oí una blasfemia y apreté a correr como un gamo, sin dejar de reírme.

Yo apreté los puños: ¡habría sabido concluir tan bien la frase por él! Tú sabesdijo Marta,que el enfermo es siempre el último en saber que no está bien.

Apreté los dientes y guardé silencio.

Yo apreté los dientes: no quería que me viera temblar.

Y luego oí de nuevo gritar en mí: «¡Marta morirá y será tu deseo lo que la habrá muerto!» Apreté los dientes y apoyándome en la pared me arrastré hasta el cuarto de la enferma.

Después me apreté la hebilla del chaleco hasta quedarme sin respiración, y mi pobre hermana vieja estuvo a punto de perder la paciencia, a fuerza de hacer y deshacer, y volver a hacer, el nudo de mi corbata, al que no conseguía darle un aspecto bastante inspirado.

Le apreté la mano con fuerza.

¡La lengua de Marco Tulio y Quintiliano! Me apreté aún más contra el muro sin dejar por eso de imprimir a mi sombrero una velocidad vertiginosa.

Apreté el paso y pude verla cuando desembocaba frente al pabellón que llevaba su nombre.

Apreté con efusión aquellas hermosas manos que me tendía y murmuré algunas palabras de duda.

Como sentía el agobiador mareo del descenso, apreté instintivamente mi abrazo al barril, y cerré los ojos.

En seguida, ¡oh señora mía! empezó todo á dar vueltas á mi alrededor; pero apreté los muslos y me sostuve como buen jinete.

Al rozar los pálidos dedos de mi madre que desviaban el revólver, apreté convulso el gatillo, y silbó una bala que se clavó en el techo...

«Él me apretaba, y casi estaba para derribarme, cuando logré asirle una mano por el puño, y antes que hiciese impulso para retirarla le apreté con todas mis fuerzas.

¡Bapar! ¡Aúpa! Le aupé, le besé los ojos, le apreté firme.

No acaricié el instrumento de mis cantos, sino que le apreté contra mi corazón con una como furia desmedida.

Siguió su camino el corregidor, y apreté yo el paso hácia mi casa para advertir á mi padre de que creia que acababa de cometer una torpeza, que podia muy bien habernos puesto en mal con el miliciano corregidor.

—Apreté los hijares al caballo: cuando llegué, la música habia cesado, pero un hombre que rodeaba el muro esterior, y que á la sazon se hallaba debajo de las ventanas de mi señora la condesa... —¡Vadillo! —De Elvira, señor... perdonad si mi lengua... ¡maldita sospecha! ahora caigo en que... aquel hombre, pues, no me pareció bien, y le acometí.

Así es que cogí la mano que el jóven sacerdote me tendia, la apreté, y dejéle entregado á sus pensamientos.

Nuestro diálogo se acaloraba, y de improviso le apreté un brazo diciéndole con voz descompuesta: «Tú eres, tú eres...» Y no sé qué más dije, no sé qué sarta de palabras salió de mi boca; frases violentas, injuriosas quizás, inflamadas por la convicción.

No sé lo que sentía entonces, pero apreté con rabia el mango del palustre y estuve á punto de meterle por el pecho adelante, aquella herramienta manchada con la cal que nosotros amasamos pa que él se luzca... ANDRÉS.

“Ya era de noche y apreté a correr para el pueblo y en el primer rancho que vi con luz golpeé y salió a abrir la puerta una mujer como de unos veinticinco años, nada mal parecida.