157 oraciones de ejemplo con cigüeña

ya nos paga, conténtanos ya, en lo que te venimos pidiendo, pues ni la viga ni la cigüeña son para contentarnos.

Tiénese por cigoniño ó cría de cigüeña, mal recibido por aquella madrastra.

A este clérigo le tocó pagar el feudo de la gaha cigüeña; ¡á otros les toca salir apaleados por meterse en nidos ajenos!

GARUDA O LA CIGÜEÑA BLANCA I En las fértiles orillas del azul y caudaloso Danubio, no muy lejos de la gran ciudad de Viena, vivía, hace ya cerca de medio siglo, la Condesa viuda de Liebestein, nobilísima y fecundísima señora.

Aunque sea ordinaria comparación, así como puede conjeturarse y preverse que el sitio más apropósito de hallar a un goloso es una buena confitería, así Poldy conjeturaba que de seguro volvería a hallar a la cigüeña a orillas de la laguna donde la halló por vez primera.

Era también un misterio para Poldy el lugar donde anidaba la cigüeña.

En vano esperaba Poldy y hasta fantaseaba el milagro de que la cigüeña hablase, pero la elocuencia de la cigüeña jamás iba más allá de los castañetazos de costumbre y de algunos roncos y desentonados silbos, que eran todo su lenguaje.

En vano esperaba Poldy y hasta fantaseaba el milagro de que la cigüeña hablase, pero la elocuencia de la cigüeña jamás iba más allá de los castañetazos de costumbre y de algunos roncos y desentonados silbos, que eran todo su lenguaje.

La cigüeña se mostraba muy amiga y muy mansa con la joven Condesa.

Por lo demás, la cigüeña tenía el instinto de no aburrir, y siempre terminaba las conferencias pronto y de un modo brusco, lanzándose repentinamente en el aire, trazando graciosas espirales en su sereno vuelo y al cabo perdiéndose de vista.

Poldy tuvo entonces barruntos de que la cigüeña iba a emigrar y a volver sin duda al soñado palacio, a la ciudad oriental, al templo o a la quinta, donde el autor de los versos moraba.

La cigüeña se estuvo muy quieta, aguardando que Poldy sujetase bien la cinta a su cuello para que no se desatase y para que la carta no se cayese.

Lo primero que Poldy hacía todas las mañanas, lo primero de que gustaba y a donde iba precipitadamente apenas salía de paseo, era a la margen de la laguna a ver si se le aparecía de nuevo la cigüeña blanca.

¿Por qué no volvía la cigüeña blanca?

Poldy, casi desesperada ya de volver a ver la cigüeña, acudió, no obstante, como de costumbre, entre diez y once de la mañana, a la orilla de la laguna.

La cigüeña blanca había venido volando, se había abatido a pocos pasos de ella, y ya se le acercaba con su lento y majestuoso paso y dando con el pico los castañetazos con que solía siempre saludarla.

Pero la cigüeña, como si adivinase su sentimiento, abrió las largas alas y al punto con alegría y sorpresa advirtió Poldy que la cigüeña tenía debajo del ala izquierda y muy bien atado allí con un fuerte y sutil cordoncillo que bajo las plumas se escondía, un largo y delgado canuto o rollo.

Pero la cigüeña, como si adivinase su sentimiento, abrió las largas alas y al punto con alegría y sorpresa advirtió Poldy que la cigüeña tenía debajo del ala izquierda y muy bien atado allí con un fuerte y sutil cordoncillo que bajo las plumas se escondía, un largo y delgado canuto o rollo.

Hizo Poldy algunos cariños a la cigüeña a fin de mostrar su gratitud, y hasta hay quien dice que besó su cabeza en albricias del buen recado.

Al lado opuesto del narguilé, aunque mucho más cerca del joven señor, se alzaba, en muy graciosa postura, nuestra ya conocida amiga la cigüeña blanca, cuya vista complació a Poldy no poco.

La cigüeña blanca, que anida años ha en el tejado de la espléndida quinta que yo poseo en las floridas márgenes del Ganges, me ha traído gratas noticias tuyas, tus dulces palabras y tu divina imagen.

Bendita sea la cigüeña blanca que tanto bien me ha hecho.

Una mañana, como de costumbre, entre diez y once, volvía Poldy de la laguna, donde en balde había buscado a la cigüeña.

Tuvo un día el capricho de colgar al cuello de la cigüeña las tres poesías sanscritas, de cierto compuestas por él, porque es muy ingenioso y aprovechado estudiante.

En el fondo de la rúa castellana, bajo los resplandores crudos de aquel cielo de añil, adquiría la artística diversión caracteres de rito, fabuloso perfume de romance, al que prestaba marco insigne la torre parroquial con el sagrado nido de la cigüeña.

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